Matar moscas a cañonazos














Esta semana pasada fuimos a visitar una zona rural donde se había ejecutado un proyecto de seguridad alimentaria que terminó hace ya un tiempo, con motivo de una evaluación encargada por la UE. La visita terminó siendo una fuente de aprendizaje mucho más importante de lo que había imaginado, al dar lugar a un análisis exhaustivo de todo el proceso de identificación, ejecución y seguimiento del proyecto, hasta su "cesión" total a manos locales y su evolución hasta la situación actual.

Lo que quiero comentar aquí no es el caso particular de este proyecto que fuimos a ver, sino lo que la visita me ha dado pie para pensar, que en realidad simplemente viene a sumarse a lo que vengo pensando hace un tiempo, pero esta vez con más evidencias que suposiciones.

Cada vez más, me parece que esto de la cooperación, ayuda al desarrollo, o como se le quiera llamar, está en un punto ahora mismo en el que, por decir lo más suave que se me ocurre, resulta escasamente rentable (sin entrar ahora en análisis de intereses económicos y políticos más o menos evidentes que estoy lejos de poder/querer abarcar en este momento). Es matar moscas a cañonazos financieros: millones de € o $ destinados a proyectos de gran carga administrativa, para obtener resultados medianos en el mejor de los casos, si no mínimos en la mayoría de ellos, y casi siempre efímeros. Quizá el mayor beneficio que yo veo, pero que también es pasajero, es el de la creación de puestos de trabajo en los países a los que van destinados los proyectos. Incluso, a veces, estos empleados temporales originados por la industria de la cooperación adquieren capacidades que les pueden servir en un futuro para su propia carrera profesional. He visto casos muy claros y honrosos en este sentido. Pero esto sería un efecto “colateral” que, aunque positivo, es distinto de los teóricamente buscados y no puede esgrimirse a favor de todo este dispendio. Otro efecto positivo de rebote sería el aprendizaje que supone para los que aquí venimos. En realidad no estaría mal que todo el mundillo implicado en la frenética actividad humanitaria o cooperante se diera por aquí una vuelta. Más bien una inmersión intensiva, pero no de casas o apartamentos cinco estrellas vallados con alambre espinoso y coches 4x4 comunicados por satélite o radio, sino real. (Tengo que decir que no todo el mundo vive así, pero sí bastantes).

¿Que qué hago yo aquí entonces? Pues, sin querer esquivar la parte de responsabilidad que me toque, intentar aprender y entender algo. Y tal vez poder llegar a opinar un día con verdadero conocimiento de causa. Y, de paso, intentar hacer bien mi trabajo y aportar ese mínimo que al final sí acaban dejando los proyectos (los bien planteados, se entiende), aunque sea a cañonazos financieros. Asumo mi contradicción y no la defiendo, simplemente estoy aquí, intentando ser todo lo yo misma que pueda, dentro de las limitaciones.

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